Las cronologías: un recurso sociológico imprescindible para el análisis concreto

22 nov. 2012: El Arsenal es un blogzine experimental en período de pruebas.

Las cronologías son secuencias de fechas con datos informativos, para correlacionar, analizar y producir la interpretación de los acontecimientos históricos. No es posible reconstruir el acontecer, prescindiendo de este recurso, sin establecer demarcaciones entre sucesos y eventos a través de la escala de medición del tiempo.


El analista que trate de profundizar en el estudio de los procesos que constituyen las formaciones discursivas y sociales, sin establecer puntos referenciales cronológicos, viaja por una autopista sin señalizaciones viales. Las formaciones sociales se realizan en el tiempo, y el tiempo sólo podemos abstraerlo, midiendo de alguna manera del acontecer.

Si lo histórico es tiempo en devenir registrado, este registro ha de ser medible con una escala y algún tipo de procedimiento contable. Nos vemos en la necesidad que contar y medir nuestro pasado.

Los católicos dividieron el tiempo en “antes y después de Jesucristo”; los musulmanes en “antes y después de la Hégira”. Posteriormente se habló de edades (antigua, media, moderna). A partir de la Revolución Francesa se añadió la “edad contemporánea”. Luego se antepusieron la prehistoria y la protohistoria. Estos han sido los primeros tanteos orientadores en la esquematización del acontecer.

La idea de “edad media” proviene de un alemán de finales del s.17, que denominó así los mil años o diez siglos transcurridos entre las invasiones de los pueblos extranjeros (bárbaros) y el período del “renacimiento”. Como denominación la 'edad media' realmente se generalizó siglo y medio después, a mediados del s.18.

El concepto de “edad moderna” se fundamentó en la existencia de ciertas monarquías llamadas absolutas, que, en realidad, fueron aparatos reorganizados y potenciados de dominación feudal: la clase poseedora de las tierras tenía necesidad de manejar otra forma de poder político. En occidente la “edad contemporánea” se adoptó a partir de 1789, y en Japón hubo que esperar el reinado del emperador Meiji (1867-1912) para aparejarla. Y aún hay pueblos que viven en su era prehistórica.

La investigación documental ha requerido procedimientos cronológicos para poder ubicar sus fuentes en el acontecer. La medición de ámbitos marcados utilizando la escala de siglos ha sido insuficiente. Cada suceso o evento tiene su extensión y densidad particular. Tienen diferente extensión una elección presidencial y un cambio en la ética de las relaciones familiares; la primera constituye un proceso de años, la segunda puede durar decenios. Los hechos políticos y los cambios de mentalidad o de opinión no suelen transcurrir al mismo tiempo.

La arbitrariedad del tiempo

El hecho de los asentamientos en tribus de agricultores, hizo tomar conciencia de la sucesión de las cuatro estaciones. Con regularidad se recogían las cosechas de la siembra; se fue percibiendo un ciclo anual y en consecuencia comenzaron a calcularse los días y noches que dura la anualidad. A los babilonios o caldeos se deben las nociones de 'hora', 'día', mes y 'año'. Para determinar los meses, los babilonios midieron el tiempo según las fases lunares; utilizaron un calendario lunar que hicieron comenzar en el mes de la luna llena. Observaron que la luna nueva aparecía cada 29 ó 30 días. Lo mismo sucedió con los egipcios, que inicialmente utilizaron un calendario lunar. Observaron que doce lunas nuevas es el tiempo requerido para que transcurran las cuatro estaciones; dividieron también el año en doce meses lunares: primero un mes de 30 días, luego uno de 29, y así sucesivamente. Este calendario constaba de 354 días. Por consiguiente, no concordaba con los 365 días de la sucesión de las estaciones. Los musulmanes aún emplean este calendario.

Luego de calculada la escala para organizar el tiempo en días, semanas y meses, surgió la necesidad de medirlo en unidades menores. Así, en el año -3000 se inventó el primer relój, el “gnomon”, atribuido a los chinos y a los caldeos, antecesor del cuadrante solar —según parece, inventado en Grecia por Anaximandro de Mileto en el s.-6, aunque se sostiene que lo inventaron los chinos en una época anterior.

Los egipcios son realmente los inventores del calendario solar, que lo adoptaron en el año -4241; o sea, hace más de 6 mil años. Los egipcios fueron los primeros en hacer el cálculo del desplazamiento solar con relativa exactitud. El rio Nilo se desbordaba cada cierto tiempo y la mejor época para sembrar venía inmediatamente después de la inundación. Los egipcios notaron que la luna nueva aparecía 12 veces entre cada inundación, y pensaron que, contando las 12 lunas podrían saber cuando crecía el rio y advertir entonces el momento de la siembra. Pero, en ocasiones, la crecida tenía lugar antes de aparecer la luna nueva las doce 12 veces estipuladas. Finalmente se percataron de que, entre crecida y crecida, surgía una estrella muy brillante en el firmamento, justamente antes del alba. Así, a partir de ese punto, comenzaron a contar los días antes de que el fenómeno se repitiera y advirtieron que sumaban 365, que luego dividieron en 12 meses de 30 días cada uno, añadiendo cinco días complementarios al final del año.

Los antiguos hebreos, igual que los babilonios, dividieron el año en 12 meses lunares de 29 ó 30 días, añadiendo un mes complementario cuando se requería. Los judíos ortodoxos todavía utilizan este calendario y fechan sus años contándolos a partir de lo que consideran como la fecha de “creación del mundo”. De acuerdo con nuestra forma actual de contar el tiempo esa fecha sería el 7 de octubre del año -3761.

Diversas fechas se han tomado como punto de partida para computar el tiempo. En nuestro llamado “Mundo Occidental” se impuso la supuesta fecha del nacimiento de "Jesucristo", que no fue adoptada inmediatamente a ese "acontecimiento", sino varios cientos de años después. Por su lado, los mahometanos parten del año de su "fuga de la Meca" (la Hégira), señalando así el inicio de la “era musulmana” que, dentro del calendario católico, corresponde entonces al año 622.

El Calendario Maya

Copán fue probablemente un centro astronómico. Sus integrantes conocieron la medición del año solar con un grado de exactitud superior a la del Calendario Gregoriano que usamos en la actualidad. Su año de 365 días consiste en 18 meses de 20 días, numerados, añadiendo un período de 5 días. Contaron los días hacia el pasado, desde una fecha arbitraria hasta el año -3113. Curiosamente, esa fecha se aproxima a la de la "Creación del Mundo” de los judíos ortodoxos, y del “Diluvio Universal” narrado en la epopeya del Gilgamés.

El Calendario Juliano

Los romanos contaron el tiempo a partir de la fundación de Roma en el año -750. Los nombres actuales de los meses provienen del calendario romano. El calendario romano más antiguo, desarrollado por Rómulo, el legendario fundador de Roma, sólo contaba 10 meses y estaba basado en las fases lunares. El año constaba de 304 días, dejando fuera 61. El rey Numa Pompilio (s.-8 a -7), sucesor de Rómulo, añadió dos meses para obtener el año lunar de 355 días. Para hacer que este año lunar concordara con el solar, añadió meses complementarios a su conveniencia.

En el año -46 Julio César, siguiendo los consejos del astrónomo griego, Sosígeno de Alejandría, comprobó que el calendario de Pompilio no se ajustaba a la realidad. Sosígeno se basaba estrictamente en el año solar y le añadió 10 días, llevándolo a 365 y un cuarto de día adicional, ideando así los años bisiestos. En el -46 César ordenó que ese año de la institución del calendario tuviese 445 días, para hacerlo coincidir con el año solar. Los años posteriores a este “año de la confusión” habrían de tener 365, excepto cada cuarto año, que sería bisiesto para absorber el cuarto de día no incluido en los tres anteriores, tal es el Calendario Juliano, más exacto que el egipcio, pero que tampoco resultó preciso, aunque se mantuvo en uso por más de 16 siglos, hasta el año 1582, cuando el Papa Gregorio 13 lo hizo reformar.

El Calendario Gregoriano

En el s.16, la Iglesia Católica romana decidió reformar el Calendario Juliano. La Pascua y otras festividades no coincidían con la época que supuestamente les correspondía en cada estación. Gregorio 13 lo modificó, pues se había comprobado una diferencia de 10 días en el curso de las estaciones naturales en relación con el ciclo solar. Se decidió entonces superar ese retraso, suprimiendo esos 10 días al año en curso; y así, la noche del jueves 4 de octubre de 1582 pasó a ser la del viernes 15 de ese mes. Y para evitar que se repitieran las inexactitudes corregidas se dispuso, además, que dejase de ser bisiesto el año final de cada siglo, a menos que el número correspondiente a tal año fuese múltiplo de 400. Así, aunque 1700, 1800 y 1900 sean divisibles por 4, se computan como años ordinarios por no ser divisibles por 400.

Durante la Revolución Francesa se también se adaptó un calendario que comprendía 12 meses de 30 días, agrupados en décadas, más cinco días al fin del año. Los meses fueron bautizados por Fabre d'Énglantine y el comienzo de la “Era Republicana” se fijó el 2 de septiembre de 1792, que se convirtió en el “1er. Vendimiario del año 1”.

Complicaciones actuales

La forma de medición del tiempo en nuestros países occidentales se basa en el Calendario Gregoriano, que ha sido objeto de múltiples ajustes. Los países católicos lo adoptaron casi inmediatamente: Francia lo hizo enseguida, el mismo año de 1582; los países protestantes lo hicieron más lentamente. Inglaterra lo adoptó en 1752, y Rusia en 1918. Por ello, la Revolución de Octubre de 1917, para nosotros, ocurrió en noviembre de ese año. Algunos grupos suelen fijar las fechas de sus fiestas religiosas de acuerdo con el calendario judío, el chino, el mahometano o el juliano; sin embargo, para las transacciones cotidianas utilizan el gregoriano, pues, de otro modo, se les complicarían las relaciones internacionales y los negocios.

Dentro de toda esta historia de cálculos arbitrarios e inexactitudes, el calendario, como forma de medición temporal, tiende a ser reformulado en un futuro próximo. Se objeta la escala de medición actual, por cuanto la duración de los meses es desigual y dificulta los computos con arreglo a las mensualidades. También se complica el mantenimiento de los registros por semestres o trimestres, debido a la desigual duración de 181 días (de 182 en año bisiesto), 184 para los primeros, y 90 ó 91, 91, 92 y 92 días para los segundos. Se considera, además, el inconveniente que significa, a los efectos contables, que cada año se inicie en un día diferente de la semana.

Todos esos inconvenientes se eliminarán, cuando se adopte el Calendario Internacional con 13 meses de 28 días cada uno; o sea, con 364 días en total. El día adicional (365) se colocará al final de diciembre, sin que realmente forme parte de dicho mes. En los años bisiestos se colocará el otro día adicional al final de junio, o igualmente al terminar el año. Cada mes comenzará en domingo y terminará en sábado. Este calendario seglar simplificará las actividades en el área de la contabilidad, la estadística, etc., y todo lo concerniente a la economía. En muchas empresas ya se usa este calendario de 13 meses, para administrar los negocios.

El Calendario Mundial

Desde nuestra perspectiva actual se ha calculado un esquema diferente al Calendario Gregoriano, utilizado en la mayoría de los países. Hoy ya sabemos con absoluta exactitud que el planeta tarda 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos en su recorrido anual alrededor del Sol, lo cual permite dividir el año en trimestres de 91 días. Los meses de enero, abril, julio y octubre contienen 31 días y los demás 30. El número total de días es de 364. El día faltante se considera festivo y se coloca al final del año. En los años bisiestos se añade un día al final del mes de junio, que es asimismo festivo. Aunque no todos los meses cuenten con igual número de días, su distribución es más regular. Lo importante es que los trimestres y semestres sí son exactamente iguales. Al instituirse definitivamente, este calendario tendrá carácter perpetuo, pues todas las fechas corresponden al mismo día de la semana todos los años.

Ideologización de la cronología

De acuerdo al cómputo adoptado –según la llamada “Era Cristiana”– con el Calendario Gregoriano hemos avanzado hacia el "segundo milenio". Esta manera de contar por miles de años está cargada de connotaciones culturales. El año "1000" trajo consigo una inmensa expectativa ante la posibilidad del "fin del mundo" y la “segunda venida del Cristo”. Entre las irracionalidades cada vez más extendidas, muchas de las cuales han florecido en los centros desarrollados de la civilización industrial, denominada “moderna”, podemos observar que sucedió lo mismo, conforme la fecha arbitraria del año "2000" se aproximaba. El peligro “amortiguado” de una guerra nuclear le ha convenido al esquema y al vocabulario antiguo, como “amenaza apocalíptica”. La novela “1984” de George Orwell, inversión numérica de 1948, año en que su autor la escribió, se convirtió en hito frente a la tiranía. Y además de haber quienes creen por completo o creen a medias en significados numéricos arbitrarios o cabalísticos, existe también el hábito profundamente arraigado de utilizar fechas fijas –como los "año nuevos", cumpleaños, o milenios— para "contemplar" el porvenir, desear una "vida nueva" e intentar “ver” lo que será de nosotros. Paradójicamente, desde esta mentalidad con base en una psicología cíclica, asistimos pues a la sumatoria, desbordamiento y efectividad de todas las informaciones posibles provenientes de grupos religiosos y esotéricos, interesados en reforzar las creencias en esta región de fieles creyentes.

La arbitrariedad de las fechas

Contamos ya, a comienzos del “Siglo Veintiuno”, con “2000 años”, según el esquema propuesto por el monje escita Dionisio el Exiguo, que vivió (de acuerdo con el cómputo por él mismo establecido) en el s.6 "Anno Domini". Las cronologías del mundo industrial desarrollado mantienen todavía este cómputo. Sin embargo, esta datación occidental católica coexiste junto a dataciones diferentes que siguen otras culturas: como el “sexto milenio” de los judíos, las largas dinastías chinas, la era alternativa de los musulmanes, el “tercer milenio” de los mayas y otras más. En la variedad de sistemas para calcular el tiempo de los cuales tenemos registro hay siempre, sin embargo, una recurrencia a períodos y ciclos significativos. Y en estos distintos sistemas numéricos se originan los esquemas de la historia del futuro…

En la llamada "cultura occidental" el milenio ha adquirido un sentido secular, además del religioso. Las visiones milenaristas de algunos movimientos religiosos, han "predicho" y esperado “la llegada del reino de Jesús” al planeta. Muchos movimientos han desarrollado actividades importantes en épocas de grandes perturbaciones sociales. Hay, por lo tanto, un claro vínculo cultural de estas visiones religiosas con las de carácter secular y también milenarista, que pronostican el establecimiento de la justicia social, la libertad y la abundancia en el mundo.

Resulta fácil explicar las creencias más profundas y empecinadas acerca de esas fechas arbitrarias por venir. Y esas fechas arbitrarias pasan y vuelven a pasar. Tal vez sea más lo que hemos perdido que lo ganado, cuando una más de esas fechas es esperada por tantos seres, con miedo, desesperanza o falsa expectación. El pesimismo de gran parte de la cultura de finales del s.20, en efecto, sólo fue una carencia de perspectiva absoluta, de todas las creencias en que el futuro pudiera ser, a la vez, diferente y mejor. La especulación sobre fechas futuras es hoy día sólo un cálculo angustioso ante las posibilidades de supervivencia.

Hay que insistir en la arbitrariedad de la datación. Junto al cómputo de Dionisio el Exiguo o de cualquiera otro de los esquemas tradicionales, tenemos el cómputo moderno con períodos mucho más largos de desarrollo e historia. En este sentido, vivimos, tal vez, en el milenio 40. Es decir, en el año doscientos mil (200.000), desde que efectivamente los homínidos comenzaron a poblar las tierras alrededor del mundo y al sur del Africa, iniciando su desarrollo hacia la humanidad actual, según el testimonio de los vestigios hasta hoy descubiertos. Cerca de 40 milenios datan las primeras manifestaciones del arte realizadas por seres humanos.

Los Fenicios

Hace 8 ó 6 milenios tuvo lugar el estadio preliminar de las civilizaciones urbanas en la región de Canaán. Esas tierras fueron habitadas por amoritas, arameos y cananeos, entre los que se incluyen los fenicios. Los fenicios fueron los primeros navegantes de la antigüedad y los únicos semitas que se atrevieron a desafiar la totalidad del Mediterráneo, más allá del estrecho de Gibraltar, en busca de nuevos horizontes. Los fenicios poseían colonias comerciales por todo el mundo griego, a las que llevaron la escritura. El origen fenicio está confirmado en la misma tradición griega, hacia la segunda mitad del s.-8. Y es, indudablemente, el punto de partida de la supra-nacionalidad europea, que no es otra cosa que la historia de un mercadeo que se ha desarrollado hasta el presente, un tiempo histórico muy diferente para los chinos, los mayas o toltecas.

En consecuencia, la reducción a una escala de las mismas dimensiones, para todos los pueblos, despuntó en la historia contemporánea (en los últimos doscientos años) y es muy probable que en un futuro no muy lejano se haga posible la historia realmente planetaria.

La producción y sus modalidades

El intenso interés cultural, en nuestro tiempo, por los lapsos más prolongados de la historia humana –mucho más significativos e impresionantes que cualquiera de los esquemas tradicionales observados, revela de manera novedosa significados básicos de nuestra historia. Esta afirmación es compleja y consciente, pero también es angustiosa. Algunas personas encuentran tranquilizador ese largo pasado en que tanto se ha logrado de tan diversas maneras, y tantos peligros y limitaciones se han superado. Otras, de hecho, escapan hacia tal pasado, haciendo girar el tiempo hacia atrás, procurando "alejarse" de lo que consideran "un presente sin esperanzas" y "un porvenir breve y desastroso".

Poco sentido tiene querer recuperar el "espíritu milenarista". Pero, si renunciamos a los términos de sus expectativas positivas, también tendríamos que renunciar a los términos de sus más comunes expectativas negativas. Hay razones plenamente objetivas, unas ya descubiertas y otras suceptibles de serlo, para preocuparse profundamente por el futuro de la civilización industrial y más allá de ella, por el futuro de la especie, sometida a fuerzas destructivas que operan ya libremente. Hay razones también para sostener la esperanza, aceptando los hechos que subyacen bajo aquellos temores y que podamos ver, más allá de ellos caminos que están ya a nuestro alcance. Un factor importante de lo que va a ocurrir es la actitud mental de quienes están en condiciones de intervenir en los complejos procesos sociales y, en el mejor de los casos, de determinarlos para el bien general. Estas formas de pensar el futuro, en su sentido más auténtico equivalen a las maneras de construirlo.

Ajustes cronológicos

La investigación documental requiere una escala de medición temporal y espacial. En cuanto a la medición temporal surge la necesidad de marcar los ámbitos mayores del acontecer que se han denominado “edades”. Dentro de estos ámbitos mayores se demarcan períodos y subperíodos. Desde que finalmente se desarrolló la 'teoría crítica', logrando vencer las resistencias académicas que resguardan el saber universitario, transformando la sociología y las ciencias sociales en general, comenzó a difundirse la esquematización del acontecer en modos de producción. A cada modo de producción ha correspondido una edad. Edad Prehistórica o Asiática, Edad Antigua o Esclavista, Edad Media o Feudal, con una larga etapa de transición o Edad Moderna, hasta la Edad Contemporánea o Capitalista.

El esquema de los modos de producción, sin embargo tiene un alcance que no es aplicable para solucionar la medición de procesos de transición, como la época de la Antigüedad más reciente, o del primer feudalismo, o entre los siglos del 4 al 9, o para interpretar que la Edad Moderna es una época diferenciada dentro del modo de producción feudal. Por otro lado, el conocimiento de que en cada formación social pueden superponerse varios modos de producción. Así lo económico, lo político, lo cultural, etc., van dando matices dominantes, según los casos, permitiendo que el eje de las edades se articule en períodos menores.

Por ejemplo, en Latinoamérica podemos ubicar un período de luchas independentistas, otro de caudillos y hacendados; más tarde la penetración del imperialismo estadounidense, como notas dominantes. En Francia, tras la revolución y el período napoleónico, advino la Restauración, luego la burguesía financiera—con Luis Felipe y, tras el paréntesis de la revolución del 48, con Napoleón III—y la base social de campesinos medios que, a su vez, sustentó a la III República en el último cuarto del s.19.

En síntesis, el acontecer debemos marcarlo, generando un esquema simple, pero los sucesos implican el entrecruzamiento de magnitudes tempo-espaciales, de procesos que se van concretando y que sólo pueden comprenderse a través de una teoría de las generaciones.

Durante los mil años del -5000 al -3000 en que se realizaron migraciones de indoeuropeos, su lengua original fue evolucionando de manera diversa en las diferentes regiones ocupadas. Para el año -3000 el proto-indoeuropeo ya se había fragmentado. En Byblos, -1800 a -1700, el Cananeo escrito por los fenicios dió orígen al alfabeto y por consiguiente a la prehistoria de nuestras letras, según lo confirman definitivamente los descubrimientos en Ugarit (Ras-Samra) de 1928, el mayor hallazgo de Siria y Palestina, una biblioteca en lengua fenicia que data de los tiempos de Moises.

La Fenomenología

29 - Mayo 2010 - El Arsenal está en período de pruebas como 'blogzine'.
Cuatro cuestiones

1) ¿Se niega la Naturaleza a otorgarnos la fuerza para avanzar hacia la verdad?
2) ¿Se ofrece la verdad bajo la máscara del error?
3) ¿Oculta el lenguaje la verdad con términos equívocos?
4) ¿Hay fantasmas que, fascinando a la inteligencia, impidan percibir la verdad?


A estas cuatro cuestiones se ha respondido con varias disciplinas:

1. Las reglas del arte de pensar: la dianoiología.
2. El examen de la verdad en sus elementos: la aletiología.
3. Asignarle a lo verdadero sus caracteres externos: la semiótica.
4. distinguir entre la verdad y la apariencia: la fenomenología.

La fenomenología es la 'teoría de lo que se nos aparece'. Es el fundamento de todo saber empírico. Lo material es movil en el espacio. El movimiento es cantidad en la foronomía. La materia es movil en cuanto ocupa espacio. Examinamos el movimiento como parte de la cualidad de lo material, como fuerza originaria en la dinámica. Lo material es lo móvil en tanto que implica una dinámica, cualidad que le impele, en relación con su movimiento en la mecánica. La materia es potencialmente móvil en tanto que objeto posible de experiencia. Examinamos así el reposo o el desplazamiento de lo material en relación con la forma de representación en la fenomenología. Una fenomenología general debería preceder a la metafísica, trazando el lindero entre el mundo sensible y el inteligible para evitar transposiciones ilegítimas entre uno y otro.

Al establecer una distinción entre psicología y lógica, se señala que la primera es fenomenológica, por referirla a lo que se nos aparece, en vez de aplicarla directamente a nuestro pensamiento en cuanto tal.

Hacer fenomenología: distinguir entre la verdad y la apariencia es entonces hacer psicognosis: examinar las ideas tal como surgen y desaparecen en el curso de los procesos mentales. La ciencia que nos muestra la sucesión de las diferentes formas o fenómenos de la conciencia hasta llegar al saber absoluto es la “fenomenología del Espíritu”, representando además la introducción al sistema científico total. La fenomenología proyecta entonces «devenir de la ciencia o del saber en general».

La “fenomenología de la conciencia moral” equivale a una descripción y análisis de los tipos de vida, estableciendo una jerarquía que no excluya ilegítimamente ninguno de los tipos esenciales que se han manifestado en el curso de la historia humana.

El término 'fenomenología' ha adquirido una posición central y sentido preciso. Lo fenomenológico constituye la neutralidad científica al tratar los fenómenos psíquicos en sí, en cuanto contenidos significativos. Aunque se defienda tal “neutralidad” de hecho se halla implicada en una considerable proporción con la psicología o al menos con la psicología descriptiva.

El término 'fenomenología' designa también una de las tres partes en que se divide la filosofía (v. Ciencias [Clasificacion de las]); constituye un estudio simple y no se subdivide en otras ramas. Lo fenomenológico es denominado también como faneroscópico; es la descripción del 'fanerón': del todo colectivo, de cuanto está de cualquier modo o en cualquier sentido presente a la mente, independientemente de que corresponda o no a lo real. El término 'fanerón' es sinónimo de 'idea', aun cuando se restrinja demasiado el significado de 'idea'. Un fanerón es una zona enteramente abierta, como un contexto, a la observación. Por eso la fenomenología o faneroscopia es el estudio que, apoyado en la observación directa de fanerones [o contextos] y mediante la generalización de sus observaciones, señala varias clases muy amplias de fanerones; describiendo los caracteres de cada clase, muestra que, aunque se hallen inextricablemente mezclados, ninguno puede ser aislado, resultando evidente que sus caracteres son dispares. Prueba entonces que cierto número muy reducido de tales contextos comprende todas estas más amplias categorías de fanerones existentes y finalmente, procede a la difícil tarea de enumerar las principales subdivisiones de dichas categorías.

La fenomenología o faneroscopia se abstiene de especular en cuanto a las relaciones entre sus categorías y la eventualidad fisiológica, cerebral o de cualquier otra índole. Se limita a describir las apariciones directas y trata de combinar el rigor minucioso con la generalización más amplia. Para aplicar la fenomenología hay que estar fuera de la influencia de las tradiciones y autoridades, de cualquier suposición de que la eventualidad deba ser de un modo o de otro: simple y honradamente hay que observar lo que se nos aparece o presenta. Las divisiones formales (relaciones ) de los elementos del fanerón o [complejo contextual] deben ser valencias y covalencias: medadas, mónadas, díadas, tríadas, tetradas etc.. Se ha relacionado el estudio de los elementos del fanerón con las investigaciones sobre la lógica de las relaciones (v. Peirce).

Al hablar de fenomenología se entienden: la “escuela fenomenológica” o el “movimiento fenomenológico”, donde figuran la fenomenología pura de Husserl y su evolución, Pfänder, Adolf Reinach, Moritz Geiger, E. Stein, R. Ingarden y otros; la fenomenología de las esencias de Scheler; las bases fenomenológicas de Heidegger y de N. Hartmann); las «relaciones» de G. Marcel con el «movimiento fenomenológico» o cuando menos los «temas fenomenológicos»; las bases fenomenológicas de Sartre, de Merleau-Ponty y de P. Ricoeur), y otras “fases” y “períodos”. Todos estos autores han contribuido a elaborar, modificar y, en muchos casos, a «superar» la fenomenología de Husserl.

Nos referimos en esta sección a la fenomenología en cuanto ha sido bosquejada y desarrollada por Husserl, además como «método» y como «modo de ver».

La fenomenología es a la vez «método» y «modo de ver»; ambos aspectos se relacionan por cuanto su método, sus procedimientos, se constituye mediante una modalidad de la observación, posible a su vez mediante el método.

Comencemos relevando el metodo, que se constituye tras depurar el psicologismo (v.), mostrando que las reglas lógicas son lógicas puras y no empíricas o trascendentales o procedentes de un supuesto mundo inteligible de rango metafísico. Que ciertos actos, como la abstracción, el juicio, la inferencia, etc., no son empíricos: sino de naturaleza intencional (v. Intencion, Intencional, Intencionalidad) con sus correlatos en puros términos de la conciencia (v.) como conciencia intencional, que no aprehende los objetos del mundo natural como tales , pero que tampoco constituye lo dado en cuanto objeto de conocimiento: sino que aprehende puras significaciones en cuanto que son simplemente dadas, tal como son dadas.

La depuración del psicologismo conlleva al método fenomenológico y a la vez lo constituye. Para aplicar sus procedimientos hay que adoptar una actitud radical: y poner en suspenso el “mundo natural”. Hay que descreer en realidad del mundo natural, y las proposiciones a que da lugar creer en él hay que ponerlas entre paréntesis mediante la epojé (v.) fenomenológica. Esto no quiere decir que se niegue la condición real del mundo natural; la epojé fenomenológica no es manifestación de escepticismo. Sucede que, mediante la epojé, colocamos, por decirlo así, un nuevo “signo” a nuestra “actitud natural”. Y en virtud de este nuevo signo procedemos a abstenernos de emitir juicios acerca de la existencia espacio-temporal o geocronológica del mundo.

El método fenomenológico consiste, pues, en reconsiderar todos los contenidos de conciencia; en vez de examinar si son reales o irreales, ideales, imaginarios, etc., procedemos a examinarlos en cuanto que aparecen y son puramente dados. Mediante la epojé, según nuestra “conciencia fenomenológica” nos es posible atenernos a lo dado en cuanto tal y describirlo en su pureza. 

Fenomenológicamente 'lo dado' (v.) no es lo que es en la filosofía trascendental (una materia organizable mediante formas de intuición y categorías). Tampoco es material “empírico” (los datos o información puramente proveniente de los sentidos).

'Lo dado' es el correlato de la 'conciencia intencional'. No hay contenidos de conciencia, sino fenómenos. La fenomenología es sólo descripcion de lo que se muestra por sí mismo de acuerdo con “el principio de los principios”: toda intuición primordial es fuente legítima de conocimiento; todo lo que se presenta por sí mismo 'en la intuición' (por así decirlo, 'en persona') debe aceptarse simplemente como aparece y tal como se ofrece, aunque sólo dentro de los límites [o de la complejidad contextual] entre los cuales se presenta.

La fenomenología entonces no presuponenada; fenomenologicamente no presuponemos ni el mundo natural, ni el sentido común, ni las proposiciones de la ciencia, ni las experiencias psíquicas. Ubicamos previamente todas las creencias o juicios para explorar simple y pulcramente lo dado.

Se trata de un «positivismo absoluto», mediante el cual es posible aplicar el procedimiento de reducción (v.) o una serie de reducciones. Ante todo la reducción eidética (v.), y lo que resulta de ésta, su residuo, son las esencias (v. Esencia), que son dadas a la intuición (v.) fenomenológica, que se convierte de este modo en aprehensión de “unidades ideales significativas”, de sentidos u 'objetos-sentidos', de universalidades; estas no son ni conceptos lógicos ni ideas platónicas.

Las universalidades esenciales aprehendidas fenomenológicamente son de muchas clases. Al intuir el color rojo o, mejor, una tonalidad de rojo se da a la conciencia intencional la esencia de lo rojo. Al intuir algo cuadrado se da a la misma intuición la esencia lo cuadrado. En el fluir de lo vivido o en el entretejido de las vivencias de la conciencia intencional se hallan expresiones y significaciones. Las significaciones “cumplen” con lo que las expresiones nombran, forjando registros engramáticos. Cuando las significaciones resultan «cumplidas» o «registradas» adviene lo esencial. La esencialidad, las esencias pueden, pues, caracterizarse como lo dado a la intuición al existir adecuación entre lo enunciado, y su significado; y el cumplimiento de éstos. La adecuación puede ser parcial o total, y sólo en este último caso puede hablarse de, o hay, una verdadera “intuición esencial”.

La 'reducción eidética' es la primera fase de la 'reducción fenomenológica', que incluye la 'reducción trascendental'. Por medio de ésta ponemos entre paréntesis la propia existencia de la conciencia, que se vuelca sobre sí misma y en vez de tender hacia lo que se le aparece, tiende hacia sí en su pura intencionalidad. En la actividad intencional se han distinguido dos polos: el noético (v.) y el noemático. No son dos realidades, y menos aún dos actos distintos, sino dos puntos extremos del flujo intencional. La atención hacia lo noemático es lo característico al intuir las esencias. La atención hacia lo noético es lo característico al revertir la conciencia hacia sí misma. Mediante esta actividad queda depurada la conciencia, trascendental, como “residuo final” de la reducción fenomenológica.

En el curso de la “reducción eidética” prestamos atención primordialmente a la fenomenología como método y como modo de ver que lleva a constituir una «ciencia universal», fundamento de las demás ciencias particulares. Las ciencias eidéticas o ciencias de esencias se han convertido en fundamento de todas las ciencias (v. Esencia).

En el curso de la “reducción trascendental” llegamos a una idea “egológica” de la conciencia, a diferencia de la idea “no-egológica” característica de la fase a veces denominada “metódica” de la fenomenología. Como en esta fase parecía quedar sin sustento la actividad intencional, se concluyó que es necesario apoyarla o fundamentarla en el «yo trascendental» rechazado por muchos fenomenólogos como extraño al propósito inicial de la fenomenología y hasta como incompatible con tal propósito. Sin embargo, se ha insistido en que, de no llegarse al último residuo del yo trascendental, la fenomenología misma carece de base. Las ciencias de las esencias se fundan, pues -según Husserl-, en una “egología trascendental”.

La evolución de la fenomenología de Husserl a partir de esa instancia pertenece más bien al pensamiento propio de este autor que al movimiento fenomenológico. Sólo Eugen Fink trabajó con él en sus esfuerzos por desarrollar una “fenomenología genética” como exploración de los actos constitutivos de la conciencia trascendental y una “fenomenología constructiva” como reformulación de los datos no dados directamente.

Menos aún pertenecen al movimiento fenomenológico los trabajos de Husserl encaminados a superar el posible «solipsismo» de la conciencia trascendental y a restaurar la intersubjetividad (v. Intersubjetivo) de las «conciencias» -que a veces se ha llamado «monadología trascendental».

En cambio, ha influido grandemente sobre fenomenólogos y autores que no pertenecen a este movimiento la idea husserliana del «mundo vivido» (v. Lebenswelt).

Hemos tratado principalmente de la fenomenología como fuera elaborada por Husserl, en su fase «propiamente fenomenológica». Sin embargo, es pertinente mencionar como muy ligada a esta fase la “fenomenología de las esencias” de M. Scheler (v.). Este autor trató sobre las esencias como «esencias-valores» y se interesó por la «intuición emocional» de tales esencias. Estas últimas no se hallan directamente ligadas a significaciones. En la intuición del valor de lo agradable, por ejemplo, no se intuye la significación de la esencia «agradable», sino que se intuye (emocionalmente) la esencia «agradable» misma. Scheler desarrolló en detalle una teoría de la “experiencia fenomenológica” ligada a una doctrina de los hechos fenomenológicos, a diferencia de otros tipos de hechos (v. Hecho).

Por la variedad de las tendencias que se han manifestado dentro de la fenomenología, incluso dentro de la fenomenología husserliana y por los diversos modos que ha adoptado y las varias fases que se han desarrollado dentro y fuera de ésta, es crecientemente común especificar la fenomenología mediante un adjetivo. Según indicamos, se ha habla, en relación a Husserl, de una “fenomenología trascendental”, de una “fenomenología constructiva” y de una “fenomenología genética” y podría hablarse asímismo de una “fenomenología sintética” en el sentido de ocuparse de los procesos de síntesis, sea activa o pasiva.

Es corriente distinguir, por lo menos, entre tres especies de fenomenología:

1. la fenomenología trascendental, centrada en Husserl y autores husserlianos
2. la fenomenología existencial, manifiesta en Sartre y Merleau-Ponty.
3. la fenomenología hermenéutica (v. Hermenéutica).

Se ha agregado a estas especies de fenomenología:

la “fenomenología contextual”, propuesta por A.T. Tymieniecka, a partir de R. Ingarden, como un intento de superación tanto del idealismo de Husserl como de la controversia idealismo-realismo, de Ingarden, es decir, tanto del “monismo” de Husserl como del “pluralismo” de Ingarden. Esta fenomenología se propone “ir más allá de los niveles racionales de la objetividad” para llegar a sus “fuentes dinámicas”. El contexto es el 'contexto de la creatividad humana', que incorpora “el completo sistema emotivo empírico de funciones”. De este modo se abandona el ideal de una filosofía sin supuestos para centrarnos en el «individuo-en-su-condición-en-el-mundo»; un «mundo de fenómenos».

Se ha pensado que hay nada de común entre el sentido de 'fenomenología' en Hegel y en Husserl, pues mientras para el primero la fenomenología constituye un sistema cerrado, aunque dinámico, para el segundo constituye la afirmación de la máxima apertura de la conciencia en tanto que conciencia intencional. En efecto, los fenomenólogos han insistido siempre en que, contra el mundo cerrado de los kantianos y neokantianos, ellos proponen un mundo abierto; en vez de la asimilación y de la constitución hay el «reconocimiento» y la «visión».

Además, mientras para Hegel se trata de algo dialéctico, para Husserl se trata de pura descripción. Sin embargo, recientemente se ha intentado descubrir conexiones entre la fenomenología hegeliana y la husserliana. Así, A. de Waelhens ha puesto de relieve que Hegel había ya subrayado, al comienzo de su Fenomenología del Espíritu, que no se puede hablar de conocimiento, en tanto que la representación que un sujeto tiene de algo situado absolutamente fuera de él, lo cual equivale a decir que el conocimiento puede ser verdadero, hallándose fuera del absoluto, es decir, de la verdad. Esta concepción no representativa de la conciencia es en algunos aspectos similar a la husserliana -bien que en esta última no hay progresión hacia el absoluto, sino sólo apertura ante el objeto intencional.

Por otro lado, la ambigüedad de la posición hegeliana con respecto al «dilema idealismo-realismo» se reproduce en Husserl hasta el punto en que los partidarios de un «Husserl idealista» pueden aportar argumentos tan convincentes en favor de su opinión como los partidarios de un «Husserl realista».

Finalmente, hay tanto en Hegel como en Husserl un intento de reducir la experiencia a «experiencia perceptiva originaria» anterior a toda transformación por medio de la ciencia o inclusive del sentido común.

Lo fenomenológico

A partir de Husserl se usa el adjetivo 'fenomenológico' en relación con la filosofía de dicho autor o de algunas variedades de fenomenología. Los usos pre-husserlianos de 'fenomenológico' son casi siempre distintos de los husserlianos y post-husserlianos, pero se hallan, con la posible excepción de uno de los usos kantianos, dentro del marco de dicha filosofía.

Hay un uso de 'fenomenológico' que no es completamente independiente de ciertos usos filosóficos, especialmente en el área de la filosofía de la ciencia y la metaciencia, pero conviene tratarlo aparte para evitar confusiones: es el uso científico y metacientífico de 'fenomenológico' en expresiones como “teorías (científicas) fenomenológicas”.

Hay similitudes entre 'fenomenológico' y 'fenomenista' o 'fenomenalista' por cuanto que algunas teorías fenomenológicas, especialmente en física, han adoptado supuestos propios del 'fenomenismo'. Esto ocurre con E. Mach, el más conocido representante de la “física fenomenológica”. Sin embargo, no es estrictamente necesario que una teoría fenomenológica sea fenomenista o tenga supuestos epistemológicos fenomenistas. Como, a su vez, el fenomenismo no tiene tampoco necesariamente por qué tener supuestos epistemológicos, y menos aún ontológicos, hay que precisar en cada caso lo que se entiende por 'fenomenológico' en el caso de las «teorías fenomenológicas».

En general, se admite que mediante la teoría fenomenológica podemos formular enunciados observacionales y elaborar conceptos que permitan establecer predicciones, las cuales se convierten oportunamente en enunciados observacionales. Se descarta entonces toda inferencia a “entidades” que expliquen el mecanismo de la producción de fenómenos descriptibles. La teorízación fenomenológica en sentido estricto difiere de las doctrinas fenomenistas de carácter epistemológico y ontológico en que no se funda en ningún «sensacionismo», «subjetivismo» o «neutralismo» (por ejemplo, de lo físico y lo psíquico). Los fenómenos de que se ocupa se admiten como objetivos y son objeto de enunciados. La teorización fenomenológica se distingue de las no fenomenológicas, llamadas a veces «representacionales» o «representativas» (por ejemplo, las teorías clásicas mecanicistas) en que no aspira a proporcionar representación alguna o descripción de los procesos generadores de los fenómenos estudiados.

A este respecto se ha propuesto la metáfora del «cubo negro» a diferencia del «cubo transparente» y se ha hablado de «cubonegrismo». Se ha puesto en claro la concepción de las teorías científicas como cubos o [campos]. Tanto las teorías científicas como sus referentes han sido comparadas con dispositivos que contienen medidores, correspondientes a las variables 'externas' y representan propiedades observables, tales como la extensión y la dirección del movimiento de los cuerpos visibles; mientras las piezas en el interior del dispositivo corresponden a las variables 'internas' o hipotéticas, tales como la tensión elástica y el peso atómico.

Si para que el dispositivo funcione sólo hay que manipular los medidores, tenemos una teoría del cubo negro: denominación acuñada por electricistas para describir ciertos circuitos (transformadores o cajas de resonancia) como unidades carentes de estructura. Si además del manejo de los medidores, que representan a las variables externas, introducimos un aparato hipotético descrito con ayuda de las variables 'internas' (construcciones hipotéticas), estamos ante lo que podríamos denominar una teoría del cubo negro, considerada también como fenomenológica; y las teorías del cubo transparente pueden llamarse “representacionales”.

Se han dado varios ejemplos de teorías fenomenológicas como la cinemática, la óptica geométrica, la termodinámica, la teoría de la información, la teoría del aprendizaje en psicología conductista, y se han sugerido las expresiones caja oscura', 'externo' y 'no-representativo' en lugar de 'fenomenológico' para evitar confundir una teorización fenomenológica con una doctrina epistemológica o epistemológico-ontológica fenomenista del tipo de las fundadas en los “datos aportados por los sentidos” supuestamente últimos. Indicando, además, que no debemos confundir la teorización fenomenológica con una puramente descriptiva o con una de naturaleza no causal. Tampoco debemos confundir la teorización fenomenológica con una teoría derivada. Asimismo hay teorías semi-fenomenológicas, como la teoría del campo electromagnético y la teoría cuántica (que numerosos autores estiman simplemente fenomenológicas).

La cuestión de la naturaleza y función de la teorización fenomenológica en el terreno de la ciencia ha dado lugar a debates. Algunos estiman que toda teoría científica aceptable es fenomenológica y que debe rechazarse el “realismo científico”; otros consideran que una teoría fenomenológica es sólo un primer paso, de carácter instrumental para producir oportunamente una formulación representativa o “realista”. Quienes defienden la teorización fenomenológica frente a las representativas o “realistas” (que estiman a veces como metafísicas) se apoyan en una epistemología instrumental y destacan el carácter pragmático de la investigación. Sin embargo, no debemos confundir el pragmatismo (que es un conjunto complejo de doctrinas epistemológicas de muy diverso alcance) con un dispositivo tipo cubo negro.